La fiesta ha terminado. Llevo una pinza de tender en el pelo, mi abuelo nos acompaña al ascensor para abrirnos la puerta de abajo. Ya esta cerrada, a esa hora, con las dos vueltas de la norma. La calle esta desierta y silenciosa, y al dar un paso fuera, huelo y me trepan raíces, de nostalgia, con tristeza, por pulmones de maleza.
Vuelven horas de aburrimiento empalagoso, de niña mía y también suya. El parquet de un cuarto de amargo dulce, al amarillo pastel. Vivo castillos de lego y bautizo muñecos hermanos. En el asiento de atrás del coche, apestava a gasolina.
Fue por la humedad fría y el olor de lluvia seca. Nuestros pasos resuenan la calle. Le doy la mano a mi madre y miro al suelo, gris y negro, alcantarilla y espejo roto y mi pie pequeño y mi pie grande y sus hermanos gemelos